lunes, 14 de abril de 2014

Pascua y Resurrección vs Vacaciones y Regeneración




Eran las ocho de la mañana de un jueves santo y yo acababa de salir de trabajar, empezaban mis vacaciones de Semana Santa.

Entré en el portal y respiré profundo aquel olor a madera vieja, a humedad, a ropa tendida, el olor del portal de los edificios antiguos de Madrid, ya había llegado a casa.

Era una casa pequeña, en una corrala pequeña, un  mundo pequeño que se escondía detrás de un portalón de hierro dentro de la gran ciudad y en ese micro mundo estaba mi hogar.

Tenía dos gatos, Kiko y Zia, compartíamos 40 metros cuadrados de una casa abuhardillada y dos balcones que daban a la calle, para ellos eran un escaparate abierto a una libertad que tenían vedada, para mí esos balcones, que daban a un colegio,  eran la banda sonora de las siestas de primavera, cuando los niños aun tenían clases por la tarde, los escuchaba gritar, reír y cantar y me quedaba dormida escuchando de lejos el ronroneo de sus voces.

Esa mañana, entré en casa y todo estaba en silencio y aunque las persianas verdes estaban echadas e invitaban a dormir después de una noche insomne, no me apetecía irme a la cama,  así que, aquel fue el primer día de muchos que repetí y de  lo que en un tiempo se convirtió en un ritual, saqué los gatos y el desayuno al descansillo y me senté en las escaleras. 

Estaba en primera fila del teatro de una comunidad de vecinos diversa y vario pinta, yo vivía en el último piso, un tercero sin ascensor, por debajo de mí, dos corredores con 12 puertas y 24 ventanas que daban a un patio interior, por encima de mí los tejados de las casas, las chimeneas condenadas de las viejas cocinas y el cielo aquella mañana limpio y azul, ese cielo al que tanto había añorado apenas un año atrás, cuando vivía en Holanda.

Y entonces ocurrió ante mis ojos y mis oídos,  escuché un susurro que poco a poco empezó a ser más audible, la voz de un hombre que repetía palabras ininteligibles para mí, cada vez le oía mejor, parecía una oración, bajé un poco los escalones y por la ventana del salón de una casa del segundo piso había un hombre de rodillas sobre una alfombra, estaba rezando, subí las escaleras,  me volví a sentar en mi escalón, cerré los ojos para sentir la fuerza de su fe, de su cultura, de su religión, no sé cuanto duró aquello, pudo ser un minuto o diez, no lo sé, no importó,  fue suficiente, por que de repente, escuché la radio de mi vecina de al lado, Aurora, una anciana gallega y  medio bruja que había tenido un puesto en El Rastro y que, después de 40 años viviendo en Madrid, aun conservaba el acento dulce y meloso gallego, tenía la voz fuerte que se rasgaba al final de sus frases. Esa mañana parecía que se había levantado contenta y tarareaba vete a tú a saber qué canción por encima de la voz del locutor de la radio,  sonreí,  me gustaba tener a Aurora de vecina, era una mujer excéntrica, sí, pero nos llevábamos bien y nos apreciábamos, me hacía reír cuando me decía:
- Tú puedes hacer todas las fiestas que quieras en casa, sólo hay una cosa que me sienta mal cuando las haces, que no me invitas - ó… -  ¿ Tú me ves aquí así, arrugada y vieja, no? Pues tengo un novio que he conocido en el baile, pero he tenido dos maridos, dos, y he enterrado a los dos -
 Al poco tiempo, enterró a su novio… pobriña, vino a mi casa llorando a contármelo, yo la ofrecí mi sillón, mi compañía y un té.  
Y mientras sonreía, sentada en aquellas escaleras, escuchando a mi vecina gallega,  escuché el sonido de una puerta que se cerraba y unos pasos cortos acompañados de un bastón - fis, fis (zapatos de suela blanda) tac (bastón) fis,fis-tac, fis,fis-tac, fis,fis tac -  levanté la vista, era Don Julián que venía andando por el corredor,  Don Julián era un señor mayor con chapela y malas pulgas que vivía también en el tercero,  me miró con cierto desdén cuando me levanté para que pudiera pasar y creí distinguir en un gruñido una especie de - Buenos días- y bajó de escalón en escalón las escaleras - crack crack- silencio- crack crack - silencio - crack crack- silencio,  así hasta que se escuché el portón de hierro del portal - Clonk-
Aurora y su radio enmudecieron de repente, volví a escuchar el rezo de mi recién descubierto vecino musulmán del segundo,  pero esta vez lo interrumpió el llanto de un niño, era un llanto de un recién nacido, me levanté y volví a asomarme con sigilo a la ventana del salón de su casa y vi como se había levantado y cogía de brazos de una mujer un bebé envuelto en arrullo blanco, subí de nuevo a mi rellano, me senté de nuevo y escuché…¡otro bebé! a este sí que le esperaba,  era el bebé de unos cuantos meses de una pareja gitana que vivía en el tercero,  Aurora volvió a tararear  desafinada y de repente apareció el sol entre los tejados. 

Apoyé la cabeza en mis manos para fotografiar el momento, ya había ocurrido, había escuchado mi nueva vida en aquel primer día de mis mini vacaciones de Semana Santa.

Así fue o al menos así es como lo recuerdo y así es como pienso que deber ser, porque en este país en el que cada día somos menos católicos, seguimos celebrando la semana santa como unas de las más sagradas vacaciones.

Así que hagáis lo que hagáis, rezar o apostatar, trabajar o descansar, salir de vacaciones o permanecer en vuestros barrios, ciudades o pueblos, ir a procesiones o ir de cañas, ayunar o comer carne, pescado o ambas cosas a la vez, santificar o pecar, conquistar vuestra soledad o conquistar corazones, no dejéis escapar ni por un momento la vida que pasa ante vuestros ojos.






2 comentarios:

  1. Pésaj sameaj, felices pascuas.... escribe un libro... te leería con gusto, metuká. Muak.

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  2. Disfruta del tiempo, de las vistas, de cada sensación. Y vuelve.

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